Realizada a iniciativa de Rodrigo Quijano y del equipo de la Oficina de Artes Visuales, esta antología alude en su sugestivo encabezamiento tanto al carácter retrospectivo de la muestra, como al título de una de las más dramáticas piezas realizadas por la artista: una manualidad picto-textil donde la expositora vincula la técnica de costura conocida por ese apelativo, con la igualmente denominada costumbre sangrienta de rematar a los heridos peruanos que yacían postrados tras las batallas de la Guerra del Pacifico.
Esta antología alude en su sugestivo encabezamiento tanto al carácter retrospectivo de la muestra, como al título de una de las más dramáticas piezas realizadas por la artista: una manualidad picto-textil donde la expositora vincula la técnica de costura conocida por ese apelativo, con la igualmente denominada costumbre sangrienta de rematar a los heridos peruanos que yacían postrados tras las batallas de la Guerra del Pacifico. Bajo ese signo, trágico e irónico al mismo tiempo, Torres ha entremezclado géneros, formas y expresiones temáticas en una continua exploración por los orillos más complejos de nuestra múltiple identidad quebrada –desde la frustrada ilusión republicana hasta la recuperación más comercial y banalizada del Inkario. “El retorno de los Inkas (no retornables)”, es precisamente el nombre de una de sus propuestas más complejas, exhibida en 1999. Y el quiebre ortográfico de “La Vandera” sirve de agudo título a una celebrada secuencia de 1995, donde nuestras insignias patrias exhiben como escudos subvertidas imágenes costumbristas en las que la lavandera lava la bandera.El sentido punzante de esas apropiaciones se prolonga este año en las múltiples obras que conforman “Honor al mérito”: diplomas escolares incisivamente intervenidos con fotografías de escolares, en una puesta-en-abismo de las retóricas fatuas bajo las que nuestro perverso sistema educativo ahoga toda aspiración meritocrática –y con ella cualquier posibilidad de democracia. Alegorías cuya poderosa impronta crítica se ve exacerbada por el sentido lúdico de muchos de sus procedimientos. Y por su sexualidad soterrada. Como en “Tamatetita: arte clásico / cuentos bárbaros”, la refrescante serie pictórica de 1996 que invierte los estereotipos raciales de belleza al eróticamente yuxtaponer las “Vargas Girls” con las “Chicas Gauguin”, a veces asumiendo la propia artista ambas identidades en lúbrico conflicto. Un sesgo que se radicaliza en la secuencia de huaco-autorretratos iniciada en 2004 y luego reconcebida para abarcar también al círculo familiar y a personalidades tan significativas como Yma Sumac. Son, por cierto, varías más las líneas de producción reunidas por esta compleja muestra, que saca así a relucir la coherencia subversiva, la profunda continuidad crítica de una de las trayectorias más densas y sostenidas en nuestra escena. “Del sueño de San Martín a las nostalgias imperiales”, es cómo Torres resume el amplio pero concentrado registro de su mirada exigente que rescata, sin embargo, de entre los escombros de la historia, el heroísmo de la vida cotidiana. Con un sesgo femenino por demás inquietante. “El patriotismo de las más sensibles”, por decirlo con la deliciosa frase cursi del Libertador que la artista convierte en una obra de rara poesía doméstica. Y política.
Gustavo Buntinx
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