¡Pssst, tu! ¡Tu! Si tu, ven acá. ¡Acércate! ¿Te acuerdas? ¿Verdad que si? ¿Te haz visto al espejo recientemente? ¿Hay todavía algo de eso? ¿Te acuerdas de cómo era tu cara? ¿Cuándo fue la última vez que te reíste fuertemente?
¿Te acuerdas de que tamaño era tu cama? ¿Tu cuarto? ¿Tu salón de clases? ¿Haz regresado? ¿Hace cuánto? ¿Todavía tienes tus cuadernos de apuntes? Ven mira, acércate y te darás cuenta de que aún no lo has olvidado. Yo no lo he olvidado, y estoy seguro de que tu tampoco…
Según nos dicen las más antiguas escuelas de autoconocimiento, el proceso de sanación de un individuo consiste en recordar; en traer a la memoria todos aquellos recuerdos – gratos y no – que nos hicieron de manera inconciente lo que somos hoy. Tenemos que mirarnos en el espejo de nuestro pasado para poder conocernos a nosotros mismos, y volver a los momentos que nos definieron. Nuestra mente edita y aparta del plano conciente aquellas vivencias que forman ahora nuestro A.D.N. emocional y nos definen. Si recordar y recorrer los pasos de nuestro pasado desde un mejor lugar es sanar ¿Por qué no pensamos entonces que una función del arte es la de ayudarnos a no olvidar, a recordar? ¿No sirve el arte, desde las primeras pinturas en las cuevas de Lascaux hasta el Guernica, como testimonio de la memoria?
En Buenos Aires, Claudio Gallina, un hombre sencillo con la mano y el ojo conectados al corazón, piensa que se puede crear con la memoria, y sanar recordando. Hace años ya que Gallina dejó el Teatro Colón de la capital argentina en donde se dio su primer aprendizaje como escenógrafo, y desde hace años también que su carrera como pintor ha tenido un despegue singular, impulsado en fechas recientes por exposiciones y ferias de arte internacionales. Y sin embargo, el teatro – o la arquitectura como teatro, o la escuela como teatro – sigue siendo el marco de referencia de sus obras, su trasfondo emocional.
A diferencia de la mayoría del arte que se hace hoy día, creado por artistas apabullados por la inmediatez y la velocidad de la vida de la ciudad, y por la frenética estética de la televisión y el video, los cuadros de Claudio Gallina se sirven de la memoria como método del conocimiento, y de la insinuación y la metáfora como lenguaje creativo. Gallina es el niño de nuestra conciencia nunca dispuesto a olvidar. Incluso aquellas emociones y recuerdos que como adultos reprimimos, están presentes en sus cuadros, pero en lugar de recurrir a la violencia y a la provocación tan comunes en el arte contemporáneo, ha utilizado el teatro y el lenguaje dramático como medio de expiación. Los niños y preadolescentes presentes en sus obras no son los que se nos ha enseñado a imaginar, Gallina nos hace tomar conciencia de nosotros mismos, y obliga a nuestro adulto a enfrentar sus miedos, a poner en primer plano sus tentaciones, su insubordinación, a reconocer los mil hilos que jalan nuestro deseo sexual. El viaje de Gallina es onírico, su materia prima, el inconsciente. En lugar de hundirse ante la condición humana, ante su drama, y representar la escoria y regodearse en ella (como el niño que nunca maduró), Gallina nos da la posibilidad de emprender el vuelo y soñar con los ojos abiertos delante de sus telas. Y ante el conflicto, los deseos reprimidos y los caminos que nunca se encuentran, Gallina no propone una ruta fácil ni idílica, no es ingenuo ni mojigato, pero propone si al arte como una puerta, propone no olvidar, sino dar un paso y luego un salto, jugar. Es así como nuestras historias, nuestro drama personal, se ve retratado con humor e ironía en los cuadros de este particular homo ludens.
Algo saben los argentinos de recordar para crear, el propio Borges citaba que “el acto creativo, se encuentra en algún lugar entre la memoria y el olvido”, una manera inteligente de mentir, y el propio Platón pensaba que el hombre venía a esta tierra a recordar lo que conocía ya antes en el mundo de las ideas, pero había olvidado al nacer. Es así también que Claudio Gallina nos propone un arte no alejado de la vida, de fondos obscuros y luces fuertes, sus cuadros levantan el telón de nuestros sentimientos y nos enfrentan ante el gran teatro de la memoria.
Santiago Toca / México / Julio 2007
¿Te acuerdas de que tamaño era tu cama? ¿Tu cuarto? ¿Tu salón de clases? ¿Haz regresado? ¿Hace cuánto? ¿Todavía tienes tus cuadernos de apuntes? Ven mira, acércate y te darás cuenta de que aún no lo has olvidado. Yo no lo he olvidado, y estoy seguro de que tu tampoco…
Según nos dicen las más antiguas escuelas de autoconocimiento, el proceso de sanación de un individuo consiste en recordar; en traer a la memoria todos aquellos recuerdos – gratos y no – que nos hicieron de manera inconciente lo que somos hoy. Tenemos que mirarnos en el espejo de nuestro pasado para poder conocernos a nosotros mismos, y volver a los momentos que nos definieron. Nuestra mente edita y aparta del plano conciente aquellas vivencias que forman ahora nuestro A.D.N. emocional y nos definen. Si recordar y recorrer los pasos de nuestro pasado desde un mejor lugar es sanar ¿Por qué no pensamos entonces que una función del arte es la de ayudarnos a no olvidar, a recordar? ¿No sirve el arte, desde las primeras pinturas en las cuevas de Lascaux hasta el Guernica, como testimonio de la memoria?
En Buenos Aires, Claudio Gallina, un hombre sencillo con la mano y el ojo conectados al corazón, piensa que se puede crear con la memoria, y sanar recordando. Hace años ya que Gallina dejó el Teatro Colón de la capital argentina en donde se dio su primer aprendizaje como escenógrafo, y desde hace años también que su carrera como pintor ha tenido un despegue singular, impulsado en fechas recientes por exposiciones y ferias de arte internacionales. Y sin embargo, el teatro – o la arquitectura como teatro, o la escuela como teatro – sigue siendo el marco de referencia de sus obras, su trasfondo emocional.
A diferencia de la mayoría del arte que se hace hoy día, creado por artistas apabullados por la inmediatez y la velocidad de la vida de la ciudad, y por la frenética estética de la televisión y el video, los cuadros de Claudio Gallina se sirven de la memoria como método del conocimiento, y de la insinuación y la metáfora como lenguaje creativo. Gallina es el niño de nuestra conciencia nunca dispuesto a olvidar. Incluso aquellas emociones y recuerdos que como adultos reprimimos, están presentes en sus cuadros, pero en lugar de recurrir a la violencia y a la provocación tan comunes en el arte contemporáneo, ha utilizado el teatro y el lenguaje dramático como medio de expiación. Los niños y preadolescentes presentes en sus obras no son los que se nos ha enseñado a imaginar, Gallina nos hace tomar conciencia de nosotros mismos, y obliga a nuestro adulto a enfrentar sus miedos, a poner en primer plano sus tentaciones, su insubordinación, a reconocer los mil hilos que jalan nuestro deseo sexual. El viaje de Gallina es onírico, su materia prima, el inconsciente. En lugar de hundirse ante la condición humana, ante su drama, y representar la escoria y regodearse en ella (como el niño que nunca maduró), Gallina nos da la posibilidad de emprender el vuelo y soñar con los ojos abiertos delante de sus telas. Y ante el conflicto, los deseos reprimidos y los caminos que nunca se encuentran, Gallina no propone una ruta fácil ni idílica, no es ingenuo ni mojigato, pero propone si al arte como una puerta, propone no olvidar, sino dar un paso y luego un salto, jugar. Es así como nuestras historias, nuestro drama personal, se ve retratado con humor e ironía en los cuadros de este particular homo ludens.
Algo saben los argentinos de recordar para crear, el propio Borges citaba que “el acto creativo, se encuentra en algún lugar entre la memoria y el olvido”, una manera inteligente de mentir, y el propio Platón pensaba que el hombre venía a esta tierra a recordar lo que conocía ya antes en el mundo de las ideas, pero había olvidado al nacer. Es así también que Claudio Gallina nos propone un arte no alejado de la vida, de fondos obscuros y luces fuertes, sus cuadros levantan el telón de nuestros sentimientos y nos enfrentan ante el gran teatro de la memoria.
Santiago Toca / México / Julio 2007
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