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ESCRITORES CANÍBALES???

Los escritores no aprendemos. Los críticos, todavía menos. Parece ser ya definitivo que sólo la envidia, el rencor, el ansia de cobrar venganza o el apetito insaciable por destruir prestigios pacientemente logrados, cuando no el perverso silencio para matar a los más talentosos, es lo único que nos impulsa y moviliza.

Como si no fuera ya un grave problema que los peruanos sean en su mayoría iletrados o analfabetos funcionales; que el empresariado y el Estado vean a la cultura como un estorbo; o que ningún líder político, de todo el espectro, haga suya la bandera de hacer leer a nuestro país para cultivarlo, dotarlo de conciencia crítica y de ciudadanía, escritores y críticos estamos destruyéndonos mientras seis generaciones de peruanos analfabetos –bisabuelos a bisnietos por cuyas manos nunca ha pasado ni pasará un libro– golpean incesantemente a nuestras puertas.

El mejor y más reciente ejemplo de este canibalismo suicida es el rifirrafe que se ha suscitado en diversos blogs luego de la espléndida nota que el escritor Marco García Falcón hizo del premiado libro El inventario de las naves de Alexis Iparraguirre. Desde exigentes llamados a la moral, la ética y el compromiso, hasta acusaciones infundadas e ímprobas, siendo las más exaltadas y altisonantes aquellas amparadas por el cobarde anonimato –lo que debería descartarlas de plano– todo ese triste embrollo guarda un siniestro parecido –salvando las distancias– con los últimos estertores de la larga agonía de Bizancio, donde sus obispos, sus filósofos, sus dignatarios, se entregaban apasionadamente a discusiones sobre el sexo de los ángeles, sin prestar atención al sitio e inminente asalto del Sultán Mehmed II y los soldados otomanos que les cercaban.

La más constante de esas bizantinas preguntas se refiere a si ¿puede un critico discutir la obra de su amigo o no?; que también ha sido reformulada inquiriendo si ¿se puede pedir una crítica al amigo de un autor? Nadie se ha percatado de la futilidad de tal interrogante. Desde el principio de los tiempos, toda explicación, interpretación o crítica hacia una obra, de cualquier especie, ha estado unida a la cercanía o distancia amical –e incluso familiar– entre escritor y crítico, o entre dos escritores. ¿Qué son los Evangelios, sino ampliaciones o interpretaciones de los seguidores de Cristo? ¿Qué son los Diálogos socráticos, sino dilucidaciones sobre el pensamiento de uno de los más importantes filósofos de todos los tiempos por su más genial discípulo? Esto, sólo por dar cuenta de las dos corrientes de ideas que más han influido en la historia de la humanidad.

Los ejemplos acerca de la vinculación entre escritor y crítico, entre el autor y quien lo cuestiona o interpreta, podrían atestar varias catedrales. Sólo en la economía –un botón de muestra proveniente de mis más recientes lecturas– fueron las notas y comentarios a la obra de Francis Hutcheson por parte de Adam Smith las que dieron origen a su Investigación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones; lo mismo que ocurrió con Carlos Marx y su crítico más feroz, Eugen von Böhm Bawerk, como también su más dilecto amigo, Friedrich Engels. La amistad no impidió que, pese a sus grandes diferencias ideológicas, John Maynard Keynes y Friedrich Hayek sostuvieran durante varios años comentarios, ora justos y ponderados, o intensos y cuestionadores, de sus respectivas obras.

Para personas informadas y con lecturas, como deben ser –supongo– los propiciadores y participantes de estos infundios y muertes civiles contra estos dos excelentes y talentosos escritores, como son Marco García y Alexis Iparraguirre, un hecho tan evidente como éste –el de formular una pregunta tan intonsa como inútil– no puede pasar desapercibido.

Por tanto sus motivos son otros: injuriar, ofender, estorbar hasta el agotamiento. De un lado, la consigna es acabar con el prestigio de un escritor que había estado al margen de estos cretinismos, sumergirlo en la ciénaga de la acusación anónima, de las palabras que envuelven malas intenciones. Por otro, silenciar todavía más a quien, habiendo ganado un importante premio, tenía –por fin– una oportunidad para mostrar su obra, entre otras cosas a través de una crítica sincera y bienintencionada. Para los escritores y críticos caníbales, eso es inadmisible. Y lo es por una sencilla razón: los muestra como son, con sus pequeñeces y mediocridades. Afortunadamente, pese a la ceguera de sus inútiles oponentes, el talento siempre trasciende estas mezquindades. Tan sólo espero que cambiemos de camino, y que nos avoquemos, escritores y críticos, a un fin más trascendente: hacer leer a nuestros compatriotas, contribuyendo a convertirnos en una colectividad más informada, más culta y más consciente. Ésa es una tarea en la que todavía estamos a tiempo.
Héctor Ñaupari
Santiago de Surco, 23 de diciembre de 2007

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