
“Hasta donde la historia tiene memoria, este país ha conocido de manera interrumpida una resistencia. Mirar nuevamente Los Funerales de Atahualpa equivale a pintar unos nuevos funerales; pero la manera de mirar a los primeros determinará la forma de pintar los segundos. Quienes no sean capaces de trascender lo explícito del símbolo ideológico, seguirán aferrados a la vana ilusión de enterrar una vez más al Inca. Quienes por el contrario sean capaces de mirar el cuadro de Montero con ojos inconformes, podrán pintar unos nuevos funerales donde las coordenadas de la pintura sean subvertidas’’, dice Roberto Miro Quesada en el texto. De esta manera Miguel García presenta su trabajo reconociendo que los vestigios, huellas y rememoraciones que hablan del pasado, no son otra cosa que lecturas que de ellas se han hecho con posterioridad. Así, García, nos muestra un video collage-híbrido apropiándose y resignificando la pintura “Los funerales de Atahualpa” de Luis Montero. Desde este punto de vista el artista plantea la necesidad de ser canal de transmisión de otras lecturas e imágenes que la “historia” no ha dejado traslucir. Esto ha determinado un compromiso con su identidad y comunidad de origen, a través de la recuperación-inversión de visiones de la realidad que intentan condensar la memoria e imaginario histórico. En este contexto, el artista asume el papel de un antropólogo que examina capas del tejido social para postular un imaginario desde sus identificaciones.
“La aparición de una forma artística, desde esta perspectiva, es como un documento constitucional de cualquier comunidad. Como una tensión capaz de procesar la experiencia vital de cada hombre con su tiempo, como relato de aquello que anhelamos y que nos une con nuestra comunidad. Es como la necesidad colectiva de existir visiblemente en el relato, es ahí que aparece la necesidad de postular un proyecto artístico”, declara García.
El proyecto, pretende crear una serie de desplazamientos en el espectador que se producen a la hora de desestabilizar e inhibir el significado que se desprende de la imagen primigenia (“Los Funerales de Atahualpa” de Luis Montero), buscando la subversión-inversión de la narración en el orden de lo étnico, genérico y artístico. Tomando así la nueva imagen como un “ideal imaginado”, como un deseo de ficción, respondiendo a las preguntas: ¿Qué pasaría si la obra original no fuera esa que pinto Luis Montero, si no la que produjo Miguel García? ¿Qué significados construiríamos hoy, si esta imagen ocuparía el lugar del original? ¿Cómo nos relacionaríamos entre nosotros hoy?
La acción de “subvertir-invertir” temporalmente la obra de Montero se da en el proyecto a partir de ubicarla dentro de la sintaxis visual de la tradición pictórica occidental, postulando una imitación / inversión cuyo resultado es inevitablemente híbrido. Intentando ofrecer un acercamiento irónico de la historia del arte y un intento de crítica de la manera de mirar el arte occidental. No se trata de una apología a las identidades, más bien, es señalar a través de la acción, nuestra responsabilidad como artistas en nuestro destino colectivo. Asumiendo que cada uno de nosotros, adquiere la responsabilidad como creador de productos culturales, de dar vida al “canto de nuestra generación”, esta vez se trata de escucharlo para poder entonarlo e incluso emitirlo.
“La aparición de una forma artística, desde esta perspectiva, es como un documento constitucional de cualquier comunidad. Como una tensión capaz de procesar la experiencia vital de cada hombre con su tiempo, como relato de aquello que anhelamos y que nos une con nuestra comunidad. Es como la necesidad colectiva de existir visiblemente en el relato, es ahí que aparece la necesidad de postular un proyecto artístico”, declara García.
El proyecto, pretende crear una serie de desplazamientos en el espectador que se producen a la hora de desestabilizar e inhibir el significado que se desprende de la imagen primigenia (“Los Funerales de Atahualpa” de Luis Montero), buscando la subversión-inversión de la narración en el orden de lo étnico, genérico y artístico. Tomando así la nueva imagen como un “ideal imaginado”, como un deseo de ficción, respondiendo a las preguntas: ¿Qué pasaría si la obra original no fuera esa que pinto Luis Montero, si no la que produjo Miguel García? ¿Qué significados construiríamos hoy, si esta imagen ocuparía el lugar del original? ¿Cómo nos relacionaríamos entre nosotros hoy?
La acción de “subvertir-invertir” temporalmente la obra de Montero se da en el proyecto a partir de ubicarla dentro de la sintaxis visual de la tradición pictórica occidental, postulando una imitación / inversión cuyo resultado es inevitablemente híbrido. Intentando ofrecer un acercamiento irónico de la historia del arte y un intento de crítica de la manera de mirar el arte occidental. No se trata de una apología a las identidades, más bien, es señalar a través de la acción, nuestra responsabilidad como artistas en nuestro destino colectivo. Asumiendo que cada uno de nosotros, adquiere la responsabilidad como creador de productos culturales, de dar vida al “canto de nuestra generación”, esta vez se trata de escucharlo para poder entonarlo e incluso emitirlo.
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