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EL CONSTRUCTIVISMO DE FRANCISCO GAVILAN

Hay tanto de Palazuelo como de esa arquitectura-ensayo de la escuela deconstructiva (Coop, Himmelblau, Zaha Hadid, Frank Gehry, Rem Koolhas, Bernard Txchumi, Peter Eisenman o Daniel Libeskind) en estas límpidas y frágiles planimetrías de Francisco Sanz; quizá por ello dudan entre la concepción orgánica de la imagen del primero, con su raigambre clasicista, articulada en torno a algún “centro” formal o conceptual, y esa otra tendencia divergente hacia la transferencia y el reagrupamiento de fragmentos casi inconexos que caracteriza a la segunda. Por cierto, algo que Bárbara Johnson ya certificó como propio del segundo de los elementos que intervienen en la tensión, al afirmar que “la deconstrucción es la provocación cuidadosa de fuerzas opuestas de significación dentro del texto. La diseminación que produce la diferencia se sitúa en un espacio diferente al del pensamiento dialéctico.”

Si exceptuamos su origen gestual tachista, el acoplamiento en nudos de la tectónica de placas de Fancisco Sanz encuentra una analogía sorprendente con las estructuras compositivas habituales del Georges Mathieu de los cincuenta, con su dilatados campos vacíos de fondo sobre los que se tensa una agitada malla paralela al plano del cuadro, la cual tiende a estirarse en algunos de sus puntos hacia el perímetro del mismo, anclando, por decirlo de algún modo, el tejido con un marco que lo sostenga en el aire, al modo de una tela de araña. Algo similar vemos en muchos de los trabajos del Wols de mitad de los cuarenta, donde también tendremos que prescindir para disfrutar de la analogía de todo aquel carácter pulsional de sus signos caligráficos entrecortados que caían en la tela como taquigrafía abstracta. Lo cierto es que ambos casos revelan los esfuerzos de este artista por reprimir un cierto expresionismo de la(s) forma(s) que, no obstante, finalmente se delata y aflora desde su misma estructura profunda, dotándolas si cabe de mayor capacidad expresiva de la esperada en principio.

Pero sin duda es la resolución con que el constructivismo ruso reveló la naturaleza sintética y totalizante del arte la que parece inspirar con mayor fuerza todo el proyecto de este artista segoviano, quien se detiene justo en el punto donde aquellos artista de la vanguardia heroica entraron en conflicto con la “construcción de la vida cotidiana”. Del primer Malevitch a Moholy-Nagy o Rodchenko, pasando por los relieves de esquina de Tatlin o los “Proun” de El Lissitzky reptando por las paredes (dos nuevos tipos de telas de araña que crecen en los rincones), se parafrasea a pleno pulmón toda aquella poética visual de los visionarios de la Revolución Rusa. Y de entre todo su viejo programa, sorprende descubrir la actualidad inesperada que entre sus manos apunta la faktura, el más profundo entendimiento de la naturaleza de los materiales específicos con que se maneja el autor y que le confieren buena parte de su personalidad: aluminios, aceros, chapas...

Es tan lúcida y a menudo intuitiva naturalización de sus referentes lo que facilita la consecución, si no ya de la armonía, la claridad y la unidad, súbitamente sospechosas a la fértil complejidad de nuestro presente, sí por supuesto de la tensión y el dinamismo, “en un Espacio que es en sí mismo abierto, extensible, dilatado”, como aseguraban ellos.

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